sábado, 6 de febrero de 2016

Cortijos...es Navidad .


Hoy son sólo paredes derruidas, maderas desvencijadas, chimeneas enmohecidas y montones de escombros que se acumulan en los interiores. Es lo que queda, mudos testigos postrados de la historia. Paseos entre las ruinas con sumo cuidado pues nada es seguro, el viento, el agua, la dejadez y el tiempo han doblado los tapiales, derrumbado los tabiques, hundido los tejados, ahogado las chimeneas, enterrado los recuerdos de muchas familias que en otros tiempos no tan lejanos se hacinaban en sus estancias llenándolas de energía y dinamismo, de trabajo y de sudor, de vivencias sencillas y sufridas, de tragedias de abuso e incomprensión, de pelea diaria por sobrevivir en una subsistencia dura… muy dura.

Son los “cortijos” y “parieras” de antes, hoy trasnochados y olvidados que se resisten a morir del todo, que se resisten cual olivo centenario a ser solamente un recuerdo de jardín, que aún hoy cuando andamos por sus cuadras y sus cámaras, nos paramos en sus cocinas, nos fijamos en ésas maderas rotas que con el ruido del viento y las hojas de los álamos cercanos quieren todavía contarnos sus relatos, sus leyendas y sus memorias que otrora rebosaron las cortijadas y los sembrados, los barbechos y los olivares. No quieren morir del todo.
 
 
 

Todos tienen nombre, son nombres antiguos  que identifican un lugar, que los hacen tener un sitio en los mapas, que no están en los folletos de turismo ni en las agendas de los tour-operadores, que están con nombre y apellido en la memoria y el recuerdo de las muchas personas que por ellos pasaron dejando por todos ésos lugares un poco de su vida. Escribano, Santa Pudia, Las niñas, Canuto, Almaízar, Barcaile, Marchal,  Frontilín son sólo unos cuantos de los muchos que hay por los alrededores del Padul. Son muchas historias, cada uno con la suya, es la historia.

Poco a poco, con la ayuda de Nicolás y Pedro, vamos separando las estancias, aquí el corral, aquí la cuadra, la cocina, las escaleras, las cámaras, en las chimeneas una sonrisa… era la calefacción, la cocina y… la televisión, la mejor televisión del mundo, alrededor del fuego y alguien contando una historia. Muchas familias, muchas vivencias, todo pequeño, casi más amplitud para las yuntas en las cuadras, el calor se aprovecha por todos lados, el agua se almacena en aljibes de diseño y construcción de otros tiempos aún más lejanos, de otras culturas que también dejaron su impronta en éstas tierras. Dice la placa “Seiso año de 1877 por D Jose Martin operario Isidro Ferrer”. Es la placa del Escribano. La leña en los rellanos, el estiércol y la ceniza en el “mulear”, el grano en los trojes y el resto… no hay “frigo”, todo se cuelga, todo se guarda. Migas por la mañana, puede que patatas al medio día y puchero por la noche hacen el menú de cada día. Todo con mucho trabajo, con mucho frío que agarrota los cuerpos y encallece las manos, que deja las orejas con sabañones y los pensamientos congelados.

Los aromas son peculiares, nada huele bien ni huele mal, todo se mezcla. Las lumbres y las cuadras, los animales y las personas, no hay plato de ducha, el agua caliente compite por un puesto en la chimenea con el puchero que borbotea en la perola, más sopa que puchero. Es Navidad y muchos han marchado al pueblo, otros no, aunque sea Nochebuena hay que trabajar, dar el peón. Al caer de la tarde hoy será especial, muy especial, alguien ha matado un gallo y comerán un “guisaíllo” aderezado y caliente, cantarán algún villancico, un vaso de mosto, del mosto de fulano que es el mejor del mundo, se quedarán mirando las figuras de barro, unas más rotas que otras que en un rincón, a la luz del candil, forman un portal de Belén. Están todos, los pastores, los campesinos, el Niño, José y María, la mula, el buey, el monte, el cortijo, la pariera, el frío, la nieve, el trabajo…Están todos.

Allá al fondo…muy al fondo también los Reyes Magos.

 


 
 
 
 
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