Hoy son sólo paredes derruidas, maderas desvencijadas,
chimeneas enmohecidas y montones de escombros que se acumulan en los interiores.
Es lo que queda, mudos testigos postrados de la historia. Paseos entre las
ruinas con sumo cuidado pues nada es seguro, el viento, el agua, la dejadez y
el tiempo han doblado los tapiales, derrumbado los tabiques, hundido los
tejados, ahogado las chimeneas, enterrado los recuerdos de muchas familias que
en otros tiempos no tan lejanos se hacinaban en sus estancias llenándolas de
energía y dinamismo, de trabajo y de sudor, de vivencias sencillas y sufridas,
de tragedias de abuso e incomprensión, de pelea diaria por sobrevivir en una
subsistencia dura… muy dura.
Son los “cortijos” y “parieras” de antes, hoy trasnochados y
olvidados que se resisten a morir del todo, que se resisten cual olivo
centenario a ser solamente un recuerdo de jardín, que aún hoy cuando andamos
por sus cuadras y sus cámaras, nos paramos en sus cocinas, nos fijamos en ésas
maderas rotas que con el ruido del viento y las hojas de los álamos cercanos
quieren todavía contarnos sus relatos, sus leyendas y sus memorias que otrora
rebosaron las cortijadas y los sembrados, los barbechos y los olivares. No
quieren morir del todo.
Todos tienen nombre, son nombres antiguos que identifican un lugar, que los hacen tener
un sitio en los mapas, que no están en los folletos de turismo ni en las
agendas de los tour-operadores, que están con nombre y apellido en la memoria y
el recuerdo de las muchas personas que por ellos pasaron dejando por todos ésos
lugares un poco de su vida. Escribano, Santa Pudia, Las niñas, Canuto,
Almaízar, Barcaile, Marchal, Frontilín
son sólo unos cuantos de los muchos que hay por los alrededores del Padul. Son
muchas historias, cada uno con la suya, es la historia.
Poco a poco, con la ayuda de Nicolás y Pedro, vamos separando
las estancias, aquí el corral, aquí la cuadra, la cocina, las escaleras, las
cámaras, en las chimeneas una sonrisa… era la calefacción, la cocina y… la
televisión, la mejor televisión del mundo, alrededor del fuego y alguien
contando una historia. Muchas familias, muchas vivencias, todo pequeño, casi
más amplitud para las yuntas en las cuadras, el calor se aprovecha por todos
lados, el agua se almacena en aljibes de diseño y construcción de otros tiempos
aún más lejanos, de otras culturas que también dejaron su impronta en éstas
tierras. Dice la placa “Seiso año de 1877 por D Jose Martin operario Isidro
Ferrer”. Es la placa del Escribano. La leña en los rellanos, el estiércol y la
ceniza en el “mulear”, el grano en los trojes y el resto… no hay “frigo”, todo
se cuelga, todo se guarda. Migas por la mañana, puede que patatas al medio día
y puchero por la noche hacen el menú de cada día. Todo con mucho trabajo, con
mucho frío que agarrota los cuerpos y encallece las manos, que deja las orejas
con sabañones y los pensamientos congelados.
Los aromas son peculiares, nada huele bien ni huele mal, todo
se mezcla. Las lumbres y las cuadras, los animales y las personas, no hay plato
de ducha, el agua caliente compite por un puesto en la chimenea con el puchero
que borbotea en la perola, más sopa que puchero. Es Navidad y muchos han
marchado al pueblo, otros no, aunque sea Nochebuena hay que trabajar, dar el
peón. Al caer de la tarde hoy será especial, muy especial, alguien ha matado un
gallo y comerán un “guisaíllo” aderezado y caliente, cantarán algún villancico,
un vaso de mosto, del mosto de fulano que es el mejor del mundo, se quedarán
mirando las figuras de barro, unas más rotas que otras que en un rincón, a la
luz del candil, forman un portal de Belén. Están todos, los pastores, los
campesinos, el Niño, José y María, la mula, el buey, el monte, el cortijo, la
pariera, el frío, la nieve, el trabajo…Están todos.
Allá al fondo…muy al fondo también los Reyes Magos.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario