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Es más noche que temprano y las
cuadrillas de segadores ya se aprestan a continuar las tareas de siega. En el
fuego unas migas de bastante pan, algo de tocino y menos longaniza ya están
casi listas para el desayuno que fuerte y contundente aliviará los estómagos en
ésta hora fresquita que pronto tornará en un calor asfixiante. Paso adelante,
paso atrás, la sartén va quedando vacía mientras la charla de las gavillas
hechas el día anterior y lo pendiente por hacer entretiene la madrugada. Algún
sorbo de anís seco acaba por desperezar los cuerpos más encorvados tras la
noche al raso. Los dediles van cubriendo los dedos de callos agrietados y los
perniles cubrirán de algún golpe de hoz mal dado. El sol pronto aparecerá y hay
que dar comienzo pronto. Fanegas de cebada esperan su siega.
En Frontilín el trasiego también
es importante. Juan ya ha repartido las tareas y los gañanes apuran el aparejo
de las yuntas a los carros, los pastores cuidan del rebaño y en las eras se aprestan
a terminar de recoger la parva terminada de trillar la noche anterior, la nueva
llegará con la primera barcina cuando los segadores hagan su trabajo.
Hoy la charla con Pedro es fácil,
con las palabras de un hombre de campo que quiere y ama su trabajo y me enseña el cortijo, en muchas partes vivo,
en otras desvencijado… aquí los rebaños y los pastores, aquí las cuadras y los
pesebres, allí el corral…¡ven!, ¡ven para acá!, le acompaña Nicolás mientras
abren una puerta en el patio. Tras ella el horno moruno, de los de antes, de
bóveda y ladrillo en perfecto estado y
me hablan con pasión de los años que tiene, tantos y tantos, Nicolás me cuenta
que se hacen las mejores chuletas del mundo y Pedro no para explicándome que todas las semanas cuando el cortijo manaba
vida por los cuatro costados se hacía el pan, el pan grande y pesado cocido en
la paciencia del horno que luego duraba varios días envuelto en los paños y
guardado en las alacenas con el que luego mojar en la sartén el aceite de las
“papas fritas”, el puchero bien trabado o las migas mañaneras. La visita
continúa y Pedro habla como si estuviera viendo de nuevo todo aquello de antes.
Las “parieras”, la matanza de los cerdos para resistir el invierno, la familia
de Juan es larga y son muchas las bocas que alimentar… ¡ah! y el aljibe, que en
la parte más profunda del cortijo recoge el agua del invierno para luego,
fresca y dulce, utilizarla en el verano. Los pozos cerca del cortijo son
salobres y no aptos para las personas.
Se acerca Fernando, hermano de Pedro, y me
cuenta de números, de números de mucho trabajo. Que antes una fanega se llevaba unos sesenta kilos de abono y cerca de ochenta de grano mientras hoy todo
es prácticamente el doble. Si la producción hoy fuera la misma que antes todo
sería inviable pues los gastos que hoy conllevan los cultivos, de maquinaria, combustible,
abonos, grano, sulfatos e impuestos no sería posible, y todo sin contar que en
cualquier momento algunos “amigos de los ajeno” frustren muchos días de
ilusiones, esfuerzo y trabajo pero tras el palo de la pérdida, las ganas de
seguir, Pedro no se amilana y ahora por precaución han montado unos turnos de
guardia. De lo otro esperar que la policía pueda hacer su trabajo.
Pedro y Fernando me cuentan que
hoy todo ha cambiado, con el cariño del recuerdo y la fuerza que les da lo
nuevo. No hay almijares de paja y sí montones de grandes alpacas que Pedro
llevará a la hípica, a Pitres, a toda La Alpujarra y el Valle o donde haga
falta, allá donde un cliente se los pida, hoy el camión está cargado en ésta
hora del atardecer para partir con él de madrugada. La cosechadora, inmensa,
grande y moderna es cosa de Fernando, me dice que allá arriba se encuentra a gusto,
que no se pasa tanta calor, que hace esto, que hace lo otro y yo me pierdo, me
hacen subir mientras repostan y ponen a punto un tractor con gasoil …¡ es
grande eh!. Todo está preparado para la siembra, avena, cebada, trigo, abono,
los tractores, todo está preparado. Las máquinas se han hecho imprescindibles
pero sin ellos no son nada, paradas e inmóviles esperan y esperan a ellos, a
Pedro, a Fernando, a Nicolás a los tractoristas, y les dan vida y aran la
tierra, y la siembran y la siegan y la cuidan y la alimentan y la quieren. La
quieren porque es su vida, su experiencia de muchos años, el recuerdo de toda
la familia con Juan a la cabeza cuando el cortijo estaba repleto.
Algunas gallinas siguen pululando
por el corral picando y picando por todas partes y Pedro con toda la viveza que
me ha mostrado en ésta buena tarde recoge unos huevos… “no serán los más
grandes pero con unas buenas espichás qué ricos están”.
Que todo vuestro trabajo merezca
la pena, el esfuerzo y el cariño que le ponéis lo merece.
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