viernes, 20 de marzo de 2020

una noche en la laguna (2)


El rey de Granada “el sabio y bondadoso” comenzaba a vivir sumido en la tristeza. El hijo que tanto esperaba no llegaba y la reina no paraba de llorar. Eran una pareja todavía jóvenes con lo cual no deberían tener motivos para preocuparse pero las conjuras familiares palaciegas y los dimes y diretes de toda la corte de nobles y allegados que poblaban el real palacio de La Alhambra hacían de sus vidas una continua preocupación por el heredero que no llegaba en detrimento de los verdaderos problemas que tenía el reino.

El visir no daba abasto procurando apaciguar y solventar todos los pequeños problemas, dando la cara por su querido rey a la vez que procuraba buscar solución al problema real.

Poco a poco las habladurías, los rumores, cotilleos se iban adueñando de palacio, si bien, dado el conocido carácter del rey, éstos no llegaban a sus oídos. No obstante entre los soldados de la guardia real de palacio, el visir, tenía numerosos confidentes y hasta responsables de estar al tanto de todo lo que ocurriera  o se rumoreara en la ciudad palatina ya fuera en el entorno real más cercano, en la medina o entre la milicia asentada junto al palacio.

Había en la alcazaba, en el campamento militar, un soldado al cual, como no, le llegaron algunas de las murmuraciones que en ése momento alimentaban las mentes y sobre todo las lenguas de muchos de los que habitaban la Alhambra. Este hombre procedía de la alquería del Padul situada a unas pocas leguas de Granada, a la entrada del Valle de Lecrín en el camino de Almuñecar o Las Alpujarras. Al escuchar tanto desvarío no pudo menos que realizar unos comentarios los cuales no tardaron en llegar a oídos del visir el cual los tomó en cuenta más por curiosidad que por otra razón ya que soluciones parecidas a los problemas del sultán  se habían buscado algunas y entre las propuestas las había de lo más variopintas.

Llevado a presencia del visir, hecho un manojo de nervios, nuestro soldado paduleño no pudo menos que amedrentarse un poco al cruzar las puertas del Mexuar. El visir era hombre poco dado a perder el tiempo y tras preguntarle por la conversación mantenida en el cuerpo de guardia de la alcazaba fue directo al grano acerca de lo que había propuesto.

El soldado que por momentos hubiese preferido que se lo tragara la tierra, lentamente, con algún que otro balbuceo y la cabeza baja comenzó a hablar…

“Mire usted, señor, cerca del Padul, hay una laguna que no es muy profunda y la mayor parte del tiempo suele estar embarrada de un barro negro que todo lo ensucia por lo que es muy difícil pescar o cultivar la tierra ya que las aguas lo pudrirían todo si bien en las laderas y dado que abundan las fuentes si es posible el cultivo de frutales que luego traen a Granada.”

Un poco mosqueadillo, el visir, de que el soldado, nunca mejor dicho, se fuera por las ramas, le espetó a que fuera al grano y se dejara de divagaciones. El buen soldado continuó… “Señor a eso iba…una de las fuentes de las que rodean la laguna, la más grande y de agua más clara y limpia y que cuando es la época sin lluvias tiene como treinta o cuarenta codos, dicen los viejos de la alquería que cuando la noche es la más corta el agua se torna brillante, del color del oro, pero que nadie conoce hasta donde llegan sus raíces, pues bien señor, la fuente en esa noche y sólo en esa noche se torna con poderes de los magos si bien es tal el peligro que corren los que se acercan a sus aguas pues el barro, las zarzamoras y todo lo que la rodea y el suelo de la fuente que nadie conoce, que son muy pocos los que se aventuran a bañarse en ellas además de ser muy frías ya que vienen del hielo de Sulayr.”

El visir le hizo un gesto de que parara, mandó salir a todos de la sala y una vez quedaron a solas quedó pensativo… falta un mes para el día que cuenta, pensó. Hizo un  gesto con la mano,  le pidió que continuara y el soldado así lo hizo.

 

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