lunes, 3 de junio de 2013

Padul año cero...la Glorieta






El soniquete del martillo al repiquetear en el yunque con las primeras luces del día es el despertador del barrio. Es una musiquilla que suena acompasada al golpear las herraduras para que encajen en las pezuñas de los mulos que ya se amontonan en el pilar junto al Calvario antes de iniciar la jornada. Es la Glorieta el punto de salida o de entrada según se vaya o se venga al sur del pueblo camino de la costa. Las cruces del Calvario despiden y reciben a viajeros y vecinos en el trasiego diario de los movimientos de carros y recuas, arrieros y vendedores ambulantes que un poco más abajo coinciden en la posada casi a las afueras del barrio. El eucalipto  junto al pilar sirve para atar las vacas y los animales más díscolos y que el “herrador” pueda hacer su trabajo.


Hoy todo son casas y calles, coches y asfalto y la salida del pueblo ya no es la “Glorieta”, está un poco más abajo, yo diría que en la Cuesta de la Casilla, estando integrada en la vida urbana del pueblo aunque esa integración actual y la tan llevada crisis hacen de ella que esté como dormida con ruidos y olores muy distintos al sonido del herrero, al olor a pan de Juanico  de Tovar y los avisos a los vecinos para comenzaran con la masa,  porque todo ha cambiado, casi todo a mejor pero todo ha cambiado.

Quinientas mil pesetas le costó a Antonio  “Hachero” y a su mujer Virtudes la que hoy es su casa en la esquina frente a las tres cruces con opiniones en su día para todos los gustos, que si es cara, que si es barata,  lo cierto es que había que pagarla y el dinero en el campo ya por entonces también era escaso por lo que Antonio tuvo que marchar  Francia buscando mejores oportunidades. No fueron muchos años pues el recuerdo de la familia y las ganas de disfrutarla pronto le hacen volver y es que junto a la vivienda una extensa huerta de nueve marjales, fresca y fértil ayuda proporcionando toda clase de frutas y verduras.

Desde el pretil que va desde la casa hasta casi la carretera unos niños se mofan de la  borriquilla que lentamente mueve la noria para regar la huerta haciéndola parar constantemente, Antonio muchas veces vigilante pronto los  aleja  reiniciando las tareas. Hombre del campo, trabajador tenaz con el orgullo de hacerlo bien, hoy arregla el carro para salir a las faenas que esta vez, acompañado de su Joaquín,  le conducirán a la costa para vender allí la paja que ya sobresale por los varales. Son noventa arrobas que a peseta serán noventa pesetas. El camino es largo, muy largo y pesado con noche en Vélez durmiendo en el suelo y un poco de paja por camastro. Ya de madrugada nuevamente en marcha pues hay que subir los caracolillos con sus cuestas y curvas, empinadas y peligrosas que recorren con cuidado procurando no volcar la carga. No está la suerte de su lado en éste viaje y la venta en Motril no se hace continuándolo por la costa, Torrenueva, Calahonda, Castell…  así hasta Adra ya en Almería con tres noches en el camino, los cuerpos molidos pero al final todo bastante bien y la venta se hace, aunque ellos estaban dispuestos a llegar a la capital si hubiera hecho falta. Costó pero se hizo.

Las tardes en la calle de la “Glorieta”, son de paseo, de sentarse en el largo pretil, de mirar las huertas, de salir al fresco, de escuchar a los músicos en los ensayos con su maestro al frente y si se puede hasta echar un bailecito. Virtudes llama a los críos, hay que lavarse antes de cenar, los mayores han sido los trilleros en la larga jornada de las eras y luego a  jugar un rato.  Poco a poco van saliendo al fresco en la calle, son vecinos de toda la vida… los Morenos artífices de la mejor pintura, Julia costurera y comerciante, los Randeros, “Borete” y así una larga lista. Las tertulias  acababan bien entrada la noche, son ratos de paz, de charla, de sosiego.


Rodeados de doce nietos, alguno gran deportista que bastantes alegrías nos ha de dar, Virtudes me cuenta que hoy Antonio la quiere más que nunca, que es su punto de apoyo y su compañía. A sus noventa y un años ,  todavía en forma pues hace poco dejó de salir en bicicleta, con pasos cortos pero firmes,  nos sirve un café que ya humea en la mesa. 



                                                   Antonio y Virtudes.



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