El soniquete del martillo al repiquetear en el yunque con las
primeras luces del día es el despertador del barrio. Es una musiquilla que
suena acompasada al golpear las herraduras para que encajen en las pezuñas de
los mulos que ya se amontonan en el pilar junto al Calvario antes de iniciar la
jornada. Es la Glorieta el punto de salida o de entrada según se vaya o se
venga al sur del pueblo camino de la costa. Las cruces del Calvario despiden y
reciben a viajeros y vecinos en el trasiego diario de los movimientos de carros
y recuas, arrieros y vendedores ambulantes que un poco más abajo coinciden en
la posada casi a las afueras del barrio. El eucalipto junto al pilar sirve para atar las vacas y
los animales más díscolos y que el “herrador” pueda hacer su trabajo.
Hoy todo son casas y calles, coches y asfalto y la salida del
pueblo ya no es la “Glorieta”, está un poco más abajo, yo diría que en la
Cuesta de la Casilla, estando integrada en la vida urbana del pueblo aunque esa
integración actual y la tan llevada crisis hacen de ella que esté como dormida
con ruidos y olores muy distintos al sonido del herrero, al olor a pan de
Juanico de Tovar y los avisos a los
vecinos para comenzaran con la masa, porque todo ha cambiado, casi todo a mejor
pero todo ha cambiado.
Quinientas mil pesetas le costó a Antonio “Hachero” y a su mujer Virtudes la que hoy es
su casa en la esquina frente a las tres cruces con opiniones en su día para
todos los gustos, que si es cara, que si es barata, lo cierto es que había que pagarla y el dinero
en el campo ya por entonces también era escaso por lo que Antonio tuvo que
marchar Francia buscando mejores
oportunidades. No fueron muchos años pues el recuerdo de la familia y las ganas
de disfrutarla pronto le hacen volver y es que junto a la vivienda una extensa
huerta de nueve marjales, fresca y fértil ayuda proporcionando toda clase de
frutas y verduras.
Desde el pretil que va desde la casa hasta casi la carretera
unos niños se mofan de la borriquilla que
lentamente mueve la noria para regar la huerta haciéndola parar constantemente,
Antonio muchas veces vigilante pronto los
aleja reiniciando las tareas. Hombre
del campo, trabajador tenaz con el orgullo de hacerlo bien, hoy arregla el
carro para salir a las faenas que esta vez, acompañado de su Joaquín, le conducirán a la costa para vender allí la
paja que ya sobresale por los varales. Son noventa arrobas que a peseta serán
noventa pesetas. El camino es largo, muy largo y pesado con noche en Vélez
durmiendo en el suelo y un poco de paja por camastro. Ya de madrugada
nuevamente en marcha pues hay que subir los caracolillos con sus cuestas y
curvas, empinadas y peligrosas que recorren con cuidado procurando no volcar la
carga. No está la suerte de su lado en éste viaje y la venta en Motril no se
hace continuándolo por la costa, Torrenueva, Calahonda, Castell… así hasta Adra ya en Almería con tres noches
en el camino, los cuerpos molidos pero al final todo bastante bien y la venta
se hace, aunque ellos estaban dispuestos a llegar a la capital si hubiera hecho
falta. Costó pero se hizo.
Las tardes en la calle de la “Glorieta”, son de paseo, de
sentarse en el largo pretil, de mirar las huertas, de salir al fresco, de escuchar
a los músicos en los ensayos con su maestro al frente y si se puede hasta echar
un bailecito. Virtudes llama a los críos, hay que lavarse antes de cenar, los
mayores han sido los trilleros en la larga jornada de las eras y luego a jugar un rato.
Poco a poco van saliendo al fresco en la calle, son vecinos de toda la
vida… los Morenos artífices de la mejor pintura, Julia costurera y comerciante,
los Randeros, “Borete” y así una larga lista. Las tertulias acababan bien entrada la noche, son ratos de
paz, de charla, de sosiego.
Rodeados de doce nietos, alguno gran deportista que bastantes
alegrías nos ha de dar, Virtudes me cuenta que hoy Antonio la quiere más que
nunca, que es su punto de apoyo y su compañía. A sus noventa y un años , todavía en forma pues hace poco dejó de salir
en bicicleta, con pasos cortos pero firmes, nos sirve un café que ya humea en la mesa.
Antonio y Virtudes.
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