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No era la Plaza hace ya algunos
años sólo un lugar de paso como los nuevos tiempos del siglo XXI nos la hacen
ver. Plaza que fue de encuentro, de reunión, de asiento, de comercio y tenderetes, de ocio… de vida. La
de arriba y los locales de negocio, la de abajo y sus mañanas de mercado al
aire libre con puestos de frutas,
hortalizas, telas y ropa, carne, salazón
y algo de pescado fresco. Bullicio de charla al caer la noche y al
amanecer en las reuniones de jornaleros que esperan una llamada para ir a trabajar.
No, no es la Plaza lugar sólo de paso aunque carros, mulas, gañanes, borricos y
arrieros todos con sombrero de paja y pitillo de liar a medio quemar pasen por
tus calles con la prisa propia de llegar.
En éste entorno de hace ya unos cuantos años, Antonia y Manuel Arias
(Manolico Bellido) compraron a D. Benjamín la antigua casa de Hipólita, también
casa de vecinos y hasta “centro de salud” de los presos que entonces se
custodiaban en el pueblo. Al día siguiente de hacer la escritura, Angustias la sacristana
se acercó a Manolico y dándole un sobre con diez mil pesetas le dijo… “ de D.
Benjamín, esto es para la obra”.
Matrimonio de corazón grande, siempre mantienen su puerta abierta a todo
aquel que pide entrar y es que Manuel a sus dotes de barbero añade unas cuantas
más. Dentista y taxi sin carnet, más de una vez acompaña a alguna parturienta a Granada, al cura a ver algún
vecino o la pareja de la guardia civil que se lo pide “para llegar antes” y
entre medias, con una solución de vinagre y agua para cortar la sangre a muchos
alivió de los dolores de muelas pues hasta de los pueblos cercanos vienen.
No
daba la barbería para mucho y el negocio se amplía, primero con hornillas de
petróleo y su olor tan exagerado que pacientemente transportan en el tranvía,
las máquinas de coser de las que vendieron unas cuantas y posteriormente
electrodomésticos de todas las clases y joyería con los mejores muestrarios,
pues lo que no hay te lo traen para primera comunión, para cumpleaños o para
pedir a la novia o al novio.
Se adelantó
Antonia si cabe a su tiempo y fue la primera mujer en tener el permiso de
conducir y con el primer coche de la casa, “un seíllas”, valiente y decidida
recorre por ésas carreteras de millones de curvas los pueblos cercanos, y acude
a Granada para renovar las existencias
de la tienda, para encargos y transportes de lo más diverso, para traer las
bobinas de seda a las bordadoras del “tul” y que “Pepa la cerrajilla” y “Emilia la cucina” puedan perfilar en los
bastidores. Después llegaron los 4L , la moda de los pelos largos, la primera
tele que convirtió su “casa sin puertas” en centro social de mayores y pequeños
según mandara la programación. Pioneros en avanzar en su negocio, es Antonia la
mejor comercial del mundo, venden casi siempre a plazo, sin gabela, “a tanto
cuando se pueda” y los hijos echan una mano. Desde su casa de la calle Real en la Plaza de arriba ven pasar el tiempo, los
cambios de negocios,” la María Fernando”, “Ambrosio el pabilo” , “Joseíco el
latero”, el sastre, “Antonio el lañero”, “la Juanela”,” Toñica la corniz”, la
taberna de “Carmen la viuda”, ”el Potrilla”, las albarcas los domingos, los puestos de
melones y “acendrías” y todo se transforma, poco a poco todo en la Plaza va
cambiando, los helados de la Alicia, el estanco, el tiempo es inexorable y con su paso se va
el tranvía, los aparcacoches que ayudan a Antonia en las Pasiegas, los
jornaleros del atardecer, Francia está lejos pero hay trabajo y progreso.
Hoy Antonia está con la salud algo deteriorada
y Manolico, el hombre que lo hace casi todo continúa a los noventa años en
muchos de sus quehaceres realizando unas miniaturas en madera primorosas de las
que otro día os hablaré. ¡¡ Ah buscadlo
en Facebook !!, las nuevas tecnologías siempre fueron su pasión. No están en la
Plaza, se han marchado a un piso más cómodo, el ventanal mientras tanto tiene
una persiana a medio levantar, “no se puede cerrar”, esperando, la Plaza… duerme.
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