martes, 11 de diciembre de 2012

PADULHORACERO. EL CIEGO Y LAS HOJAS DE MORERA ( 3 )



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Rashid andaba en el camastro con un ojo entreabierto  cuando su abuelo acudió a despertarlo  a primera hora, cuando hay que hacer las cosas,  y es que a Masud le gusta madrugar, antes que  el sol se eleve sobre el Manar y ponga difíciles las tareas. Hoy es un buen día, su amigo Amín, el pastor, le pidió que subiera al camino de Dílar, a su aprisco,  por un poco de requesón que tanto gusta a Masud y él no quiere hacerle esperar.

No es Amín un hombre especialmente generoso pero con Masud es diferente pues su amistad es ya de muchos años, de mucho tiempo de trabajo juntos, de innumerables ratos compartidos en el corral, en la cueva, en el campo, en alguna que otra correría cuando la juventud los hacía bravos y fuertes. El mejor requesón era para Masud y hoy el lo espera.

Allá arriba, junto a la pequeña noria que el borriquillo mueve con parsimonia gustan los dos viejos de grandes momentos de charla  mientras beben  del agua fresca y degustan un poco del buen queso de Amín. Rashid que sabe apartarse juguetea con los perros del rebaño  procurando no molestarlos. No ocurre a menudo que Masud suba a lo más alto de la alquería y el ceremonial de los ancianos cuando se saludan, charlan a la sombra de la encina o paladean el requesón y el queso es un espectáculo que a él desde la distancia le gusta observar.

Salutaciones,  jaculatorias, alabanzas y algún rezo forman el arsenal de artillería que se lanzan los amigos tanto cuando se inicia la visita como al terminar, siempre es igual. El tiempo se torna lento, el aire se calma, los espacios se vuelven pequeños, Amín lo lleva del brazo a la encina y le ayuda a tomar asiento. Rashid, de reojo, mira a su abuelo mientras lanza y lanza un trozo de manzana  a los nerviosos perros.

Hablan de los lobos, que ya no bajan del monte, ya hace bastante tiempo que no se ven, de los hijos que luchan contra los cristianos, de las ovejas, de la seda, del agua, de las huertas, del borriquillo, de Granada, de la Laguna y es que  la soledad de Amin, el pastor,  es muy parecida a la oscuridad de Masud, el ciego, por eso la sombra de la encina y el agua fresca de la noria los tendrá ocupados mucho tiempo esta mañana. El niño cuidará el rebaño.

Antes que el sol llegue al mediodía bajan Rashid y su abuelo no sin antes haber estrujado un poco de requesón y guardarlo en el capazo junto con un par de buenos quesos. No es mucho el peso y Masud no le deja la carga a su nieto, bastante tiene el zagal guiándolo al cruzar la pequeña rambla camino de la casa entre las pendientes de la ladera y las grandes piedras que jalonan  la vereda. Arriba queda Amín, el pastor, y él no guarda gusanos de seda en su cueva, guarda el queso, el de sus ovejas, un queso de buen sabor y tierno, que vende algunos días junto a la mezquita, que se acaba pronto, pues Amín lo hace bueno, allá arriba en el arrabal del camino de Dílar, donde el agua es más fresca, donde la encina  tiene más sombra, donde la soledad, es menos soledad los días de requesón, donde la vista de la Laguna es más bella aunque su amigo Masud no pueda verla, Amín, el pastor, espera que abuelo y nieto lleguen a las primeras casas de abajo  para volver a la tarea.

Hoy hasta las noticias son buenas, parece ser que los soldados han vuelto a Granada y que los hijos de la alquería pronto estarán de vuelta, ojalá se confirmen las noticias, que todos estén bien, Masud quiere abrazar a su hijo, decirle del buen nieto, hablarle de la seda, y si la vuelta es pronta, antes que se acabe, tomar un poco de queso.



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