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Rashid andaba en el camastro con
un ojo entreabierto cuando su abuelo
acudió a despertarlo a primera hora,
cuando hay que hacer las cosas, y es que
a Masud le gusta madrugar, antes que el
sol se eleve sobre el Manar y ponga difíciles las tareas. Hoy es un buen día,
su amigo Amín, el pastor, le pidió que subiera al camino de Dílar, a su
aprisco, por un poco de requesón que
tanto gusta a Masud y él no quiere hacerle esperar.
No es Amín un hombre
especialmente generoso pero con Masud es diferente pues su amistad es ya de
muchos años, de mucho tiempo de trabajo juntos, de innumerables ratos
compartidos en el corral, en la cueva, en el campo, en alguna que otra correría
cuando la juventud los hacía bravos y fuertes. El mejor requesón era para Masud
y hoy el lo espera.
Allá arriba, junto a la pequeña
noria que el borriquillo mueve con parsimonia gustan los dos viejos de grandes
momentos de charla mientras beben del agua fresca y degustan un poco del buen
queso de Amín. Rashid que sabe apartarse juguetea con los perros del
rebaño procurando no molestarlos. No
ocurre a menudo que Masud suba a lo más alto de la alquería y el ceremonial de
los ancianos cuando se saludan, charlan a la sombra de la encina o paladean el
requesón y el queso es un espectáculo que a él desde la distancia le gusta
observar.
Salutaciones, jaculatorias, alabanzas y algún rezo forman
el arsenal de artillería que se lanzan los amigos tanto cuando se inicia la
visita como al terminar, siempre es igual. El tiempo se torna lento, el aire se
calma, los espacios se vuelven pequeños, Amín lo lleva del brazo a la encina y
le ayuda a tomar asiento. Rashid, de reojo, mira a su abuelo mientras lanza y
lanza un trozo de manzana a los
nerviosos perros.
Hablan de los lobos, que ya no
bajan del monte, ya hace bastante tiempo que no se ven, de los hijos que luchan
contra los cristianos, de las ovejas, de la seda, del agua, de las huertas, del
borriquillo, de Granada, de la Laguna y es que
la soledad de Amin, el pastor, es
muy parecida a la oscuridad de Masud, el ciego, por eso la sombra de la encina
y el agua fresca de la noria los tendrá ocupados mucho tiempo esta mañana. El
niño cuidará el rebaño.
Antes que el sol llegue al
mediodía bajan Rashid y su abuelo no sin antes haber estrujado un poco de
requesón y guardarlo en el capazo junto con un par de buenos quesos. No es
mucho el peso y Masud no le deja la carga a su nieto, bastante tiene el zagal
guiándolo al cruzar la pequeña rambla camino de la casa entre las pendientes de
la ladera y las grandes piedras que jalonan
la vereda. Arriba queda Amín, el pastor, y él no guarda gusanos de seda
en su cueva, guarda el queso, el de sus ovejas, un queso de buen sabor y
tierno, que vende algunos días junto a la mezquita, que se acaba pronto, pues
Amín lo hace bueno, allá arriba en el arrabal del camino de Dílar, donde el
agua es más fresca, donde la encina
tiene más sombra, donde la soledad, es menos soledad los días de
requesón, donde la vista de la Laguna es más bella aunque su amigo Masud no
pueda verla, Amín, el pastor, espera que abuelo y nieto lleguen a las primeras
casas de abajo para volver a la tarea.
Hoy hasta las noticias son
buenas, parece ser que los soldados han vuelto a Granada y que los hijos de la
alquería pronto estarán de vuelta, ojalá se confirmen las noticias, que todos
estén bien, Masud quiere abrazar a su hijo, decirle del buen nieto, hablarle de
la seda, y si la vuelta es pronta, antes que se acabe, tomar un poco de queso.
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