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La charla con D. Andrés Molina… “el cura de La Fuente” es
amable, en voz baja, degustando las palabras en ésta hora comienzo de la tarde
con el murmullo lejano del agua de los cinco caños, las carpetas de recuerdos que se amontonan en
la mesa y el silencio humilde casi tímido de una persona buena a la que cuesta
hablar de sí mismo. Hombre del barrio, me cuenta que la Fuente era el lugar más
alegre del pueblo, el más concurrido, con el trasiego continuo de hombres y
carros que poco a poco se hacinan en los molinos de harina y toman vida al
amanecer alrededor del reclamo del agua en las placitas cerca de La Fuente. Las
mujeres bajan por el agua fresca para los ajoblancos de harina de habas y el
gazpacho de picadillo de tomate, pimiento y pepino, aceitunas negras y algo de
pan duro a remojar. Otras se afanan con las pastillas de jabón, alguna que otra
voz por guardar los sitios y bastante ropa que dejan como el jaspe con el agua
transparente que recorre el lavadero.
Hay que madrugar por el buen sitio y que el agua esté limpia pues no es lo
mismo junto a la Fuente que unos puestos más abajo.
D. Andrés Molina
La taberna de “Ana Maria las fuentes” y Antonio José se
sirven del agua tan cercana mientras atienden
a los hombres que sentados en la acera se arremolinan en la charla esperando
alguna oferta de jornal para el día siguiente alrededor de un vaso de vino. Junto a La Fuente los niños cantan…
“Que salgan los chiquillos…
que vamos a juegar
que a las doce de noche… nos vamos a acostar”
Hace mucho tiempo que
marchó al seminario, con catorce años y dejó de ir a la panadería de Nievas, de beber las gaseosas de Rigores con
la bolita de cristal para que tuvieran presión, de lanzar piedras a la morera para coger las moras blancas, el saludo a
Lorenzo el de la cal, los saltos del peñón de la calle de La Fuente, de ver las
niñas jugando a la rueda en la plaza del molino junto al pilarillo que los
animales utilizan para abrevar, de corretear por el lavadero brincando de lado
a lado procurando no caer al agua.
Sigue pasando el
tiempo y allá por el año 1954 la banda de música del pueblo lo acompañó a la
Iglesia desde su casa y es que el motivo así lo merecía, canta su primera misa
y que mejor que ir acompañado de forma
tan especial y cariñosa al acto tan emotivo como importante así como al refresco
posterior de celebración preparado con
mimo por su madre y amenizado en su casa de La Fuente . A partir de ése día un largo
periplo por distintos pueblos y destinos de toda la geografía granadina dando
comienzo en Loja para pasar por Trevélez, Villanueva de Mesía, Restábal y
Saleres, Vélez Benaudalla, Ogíjares, La Abadía del Sacromonte y hoy ayudando en
la parroquia del Padul con las personas mayores y la catequesis y en Granada con
las “Siervas de los pobres” y como él dice “a todo el que lo pide” pues siempre
ha quién lo necesita y en éstos tiempos duros, más.
Casi ochenta y tres años de trabajo abnegado y sencillo, de labor
incansable en todos los lugares donde lo ha desempeñado aún saca tiempo para sus dos aficiones más
lúdicas, la pintura y la fotografía, con
ése pequeño gran tesoro que guardan sus carpetas escondiendo y sacando a la luz
las imágenes del Padul de los cincuenta,
de Trevélez, de una historia completa en
papel que pasa del blanco y negro al
color, del dibujo a carboncillo a los óleos y las acuarelas. Son innumerables las
anécdotas que se agolpan a lo largo de la tarde, van desgranadas con
parsimonia, con la lentitud de la paciencia y la dulzura y así me habla de la fiesta que ayudó a recuperar de
los moros y cristianos de Vélez, las visitas a los enfermos y las personas más
humildes en Loja, de la vida dura en La Alpujarra. Poco a poco vamos descubriendo
la sencillez y la austeridad de un hombre que por su vocación no necesita de
grandes cosas sólo la licencia de un pequeño ordenador en su mesita de trabajo y
se hace cálida y agradable escuchando vivencias y recuerdos de todo una vida
entregada a los demás con la certeza enorme de saber que se está en el camino
correcto. Hoy ha vuelto a su barrio,
a La Fuente, ha vuelto a unos orígenes
que nunca abandonó y que recuerda con la misma frescura del agua, hablando y
hablando de la vida cuando era niño, de sus anécdotas de sacerdote, de lo que
es hoy en El Padul.
Hablamos de la bonita restauración del Lavadero y La
Fuente, de lo bonito por la noche con la iluminación, del historiador granadino Henriquez de la Jorquera cuando en sus
“Anales” al escribir de la Villa del Padul
menciona “una bizarra y
cristalina Fuente que cerca de la villa nace” y es que ayer La Fuente era el riego de las huertas “ricas en pan,
vino y aceite, cazas y buenas frutas” a las afueras de la villa y poco después se fue integrando en el casco
urbano pasando a tener un gran uso
doméstico. Agua fresca y cristalina, los
años y el consumo acabaron con lo natural de su venero para estar encauzada hoy
dentro del agua potable del pueblo, agua fresca y cristalina como me sigue
hablando y hablando D. Andrés que a todos nos trae un buen recuerdo, un bonito
recuerdo.
La calle "de la fuente" hace muchos años.
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