Con las manos
en los bolsillos y los hombros un poco encogidos sube Diego de la calle del
Carmen a la Real camino de su trabajo en la panadería que José Martos tiene
cerca de La Plaza, en un pequeño callejón en frente de “La Posá”. Aún no es
hora de fijarse en los hombres que cabizbajos y pesarosos entran en la taberna
tras pasar un buen rato en las recachas de la Plaza esperando un aviso y poder
ganar un jornal. Hoy no es buen día y un poco de “seco” aliviará el desánimo.
A
nuestro buen amigo Diego le agrada llegar pronto, no le importa madrugar, quién
llega primero carga primero y es hasta muy probable que termine primero, más no
siempre es así pues nuestro buen aprendiz gusta de ver, preparar y “geñir” la
masa en las nuevas máquinas que el innovador y buen empresario de José ha hecho
traer de Granada. Todos colaboran y junto a él, Rita su mujer, su hija Fermina y toda
la familia distribuyéndose buena parte del trabajo, en las compras, las ventas de
la tienda, la administración, el
reparto. Ya hace tiempo que para el horno de leña ha dispuesto José un suelo
giratorio lo que hace que colocar el pan y recogerlo sea un trabajo mucho más rápido, eficiente y fácil. No
todo es manual, la luz eléctrica hay muchas noches que no funciona y es un
verdadero incordio pero aún en estos casos hay que seguir trabajando. El olor a recién
hecho lo inunda todo por la mañana, el horno no para y para aprovechar el calor
por la tarde, es el turno de las mujeres,
que acuden para preparar los dulces de las casas como los roscos de anís y unas “madalenas” tostadas y esponjosas, que luego con cuidado
y esmero saldrán cada mañana, como por arte de magia, de las alacenas para
acompañar el tazón de leche.
A Diego le gusta su trabajo, cada día aprender un poco,
charlar con Juan “el hornero”, gran parlanchín de mentirijillas que siempre le
cogen; una de las veces alargó tanto su
dilatada existencia que llegaron a sumarle casi ciento cincuenta años,
prácticamente fue él junto con el “Tio Caridad” quién arrebató a los franceses
“La Casa Grande”. Hay que aparejar el mulo, darle de beber, preparar “los
capachos”, contar con Rita los panes y los bollos, colocarlos con mimo,
escuchar sus consejos, algún encargo que siempre hay antes de salir al reparto
y es que Diego, el joven Diego es aprendiz de panadero y repartidor de pan
y subirá a La Ermita, al Cortijo Roscas,
a La Paloma, a la Cueva de la Arena, al barrio Dílar, a la Ramblilla, a las
Cuatro Esquinas.
Hoy, cómo tantas mañanas vuelve a salir antes que los demás y
lentamente por la calle Real y la Plaza sube camino de la Ermita. Es el primer
reparto de los tres que normalmente hace y en éste no consigue llegar al convento pues en el
pilar de “María Cabeza”, entre cántaros, pipotes y calderos arremolinados en las escaleras, da
Diego sus panes, los últimos del “capacho”,
por unos “vales” de cartón gastado, vale por un kilo, vale por
medio….Tiempo atrás el trigo se llevó a la panadería y Rita lo fue cambiando
por esos vales que posteriormente Diego
recoge por cada pan. El dinero es escaso y hay que mirar mucho por él, las
“perras gordas”, los reales y las pesetas se guardan para otros menesteres, los
vales son el dinero del pan que Diego coloca con parsimonia en la cartera de su
cintura. Hay que volver, el primer reparto ha terminado y nuevamente Diego va
colocando las hogazas en el capacho con los largos bollos sobresaliendo en los
laterales aumentando así la carga. Este segundo recorrido es el más lejano y hay
que prepararse. En la “haza de San Sebastián”, junto a la Ermita, da de beber al mulo ya que es el último antes de llegar a
lo más alto mientras tanto unos niños juegan alrededor de la cruz a la pelota
¡menudo campo de fútbol!.
Una parada en la tienda para comprar la lata de anchoas y
continuar la marcha. Por el Cortijo Roscas deja a un lado la carretera y
comienza a sortear por las veredas el terreno escarpado, hay que tener cuidado
con el animal que no resbale e ir dejando los panes camino de “La venta” de La Paloma. Sóla, entre las curvas de la
carretera la vista de las eras no deja de impresionar, un alto bajo el portal
para dar buena cuenta del bocadillo y la conserva, unos tragos de agua y algún
día unas gotas de anís, “los niños no deben probar ni gota más ya eres casi un
hombre”.
El segundo reparto ya está listo y comienza el último allá por las
Cuatro Esquinas, a la derecha para la Ramblilla y después todo el Barrio Dílar, grande y populoso
Barrio Dílar, castizo donde los haya,
barrio de siempre, calles empinadas con recovecos por todos lados y cuestas interminables, que alta está la
Plaza del Almendro, subidas y bajadas de
mujeres con cachivaches para llenar en el pilar, trajín de animales con la
carga, cantos de niños a media calle en la escuela con el “ángelus”, alguna que
otra voz del maestro, jóvenes bordando
en la sala junto a la ventana: “Diego crece un poco que no llegas a los
capachos” y Diego que se colorea.
Los Domingos vende cuñas que hace José para
ganarse unas pesetas e ir a “Los Parrales”, la sala de fiestas del momento, con
la ropa nueva de Domingo, mucho querer
un poco de baile y las más veces no puede ser, las muchachas que duras son
de roer. El día de trabajo llega a su fin y ahora se hacen las cuentas,
tantos panes, tantos vales, unas pocas pesetas, un poco de charla con José, con
Juan, con los otros repartidores, es un momento de relax, mañana será otro día,
y otro día más tarde, un diecinueve de
Enero de 1970, con las lumbres de San Sebastián a punto de encenderse, marchó al hotel Victoria, era pinche de
cocina…pero eso ya es otra historia.
DIEGO...GORRO DE ORO
¡¡¡¡¡ENHORABUENA!!!!!
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