PARTE CUARTA
Por
fin han vuelto los hijos de la alquería que durante unos meses han servido al
segundo de los reyes nazaritas de Granada. Esta vez lo han hecho todos y la
alegría inunda la aldea llegando hasta
los arrabales donde Amín, el pastor, en el camino de Dílar, en honor a su amigo, prepara el sacrificio de un cordero según ordenan las
escrituras. El padre de Rashid ha vuelto. De unos treinta años, Hixen , es
alto, bastante alto, pelo castaño y piel ya curtida en las batallas, domina con
destreza la espada y el manejo de la lanza,
porque él es un caballero y su conocimiento no le debe ser ajeno ya que en muchas ocasiones ha formado parte
de la primera línea de batalla. Alguna que otra cicatriz jalona su cuerpo
producto de las refriegas pero hoy sonríe, abraza a Rashid, a su esposa, a su
madre…a Masud, que lo palpa en el pelo,
en los hombros, los brazos, parece comprobar que vuelve completo, lo estrecha
fuerte contra su pecho, intenta mirarlo entre la telilla blanca de sus ojos…
Amín
llega con el cordero, que rápidamente comienza a guisarse en la olla al fuego. Masud
saluda a su amigo y con Hixen, en un
abrir y cerrar de ojos la charla
comienza. Son muchas las preguntas, las inquietudes, las andanzas, las pequeñas
batallas, las intrigas cortesanas, las cosas de la Alhambra. Hixen les cuenta
su vida en la Alcazazaba, las guardias por el Albaicín, las grandes obras del
palacio real, que ha estado por Guadix
y recorrido todo el Zenete ya que por allí los señores no están por la labor con el
rey y se había hecho necesario darles una lección para someterlos, que sólo
eran escaramuzas, pero siempre tenía que ir con cuidado.
Después
del verano harán lo mismo , pero ésta vez el destino sería Málaga y tal vez la
cosa no fuera tan fácil como al norte de Granada. Alrededor del fuego Hixen
también pregunta, quiere saber por su hijo, por la seda, por los cultivos, por
el queso de Amín, quiere informarse de todo, recuperar el tiempo de su
ausencia, empaparse de prisa y olvidar los tiempos de guerras, aunque sea un
caballero, un gran soldado del rey, es un hombre sencillo, es un hijo de la
aldea.
La
fiesta dura todo el día, verdaderamente
hay que celebrarlo , mañana todos trabajarán en los campos, guardarán las armas y las ropas de Granada en los
arcones de la cueva, ayudará a su padre, hilará la seda, marchará de caza con
su hijo por los montes del Manar, paseará por la laguna, comerá el queso de
Amín, beberá el agua de la fuente, trabajará en los campos de sol a sol,
dormirá cansado en el camastro y por unos meses volverá a ser el guía de su
familia, el guardián de su casa, el brazo de su padre, el hijo de Masud, el
sabio de la seda.Falta poco para el verano y la alquería hierve de actividad,
se arreglan las acequias que de la fuente parten a regar todo el pago hasta la
rambla por el camino de su derecha y hasta las fuentes del Manar por la izquierda
llegando hasta Al-Ancon. El terreno
fértil y el hecho de tener suficiente agua hace que por todos lados el verde de
las plantas domine el paisaje.
Es duro el trabajo, muy duro, Hixen se
acostumbra pronto y las durezas de los
callos de sus manos dejan de doler al poco porque el tiempo pasa rápido, Rashid lo mira con
aprecio, gusta de estar con su padre, que le habla de los cristianos, de
batallas y palacios, de lejanas tierras, de ciudades perdidas por sus hermanos,
de lo grande que se está haciendo Granada, gusta Rashid de aprender de su padre
en el trabajo, le cuenta del abuelo, su gran amigo del invierno. Hixen está
contento, en la alquería hay paz y sosiego, pide a Rashid que calle un momento,
que mire y que observe el paisaje, que huela la primavera que termina, allá más
arriba del camino de Dílar, sentados en una roca con un poco del queso de Amín,
sus ojos sólo ven el azul de la laguna, las varas de anea, el airecillo que las
mece, el blanco de la nieve que ya se pierde en la sierra.
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