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A finales del siglo XIII se goza de una
relativa paz y tranquilidad en todo el Valle de Lecrín . Los avatares de la
guerra de Mohammed II, unas veces contra Castilla, otras ante Aragón y las más
con los aliados y enemigos a la vez que correligionarios en la fe del propio reino y del norte
del Magreb deseosos de cruzar el estrecho, no llegan a las alquerías del Valle, no obstante eso no
impide que gran número de sus jóvenes formen parte de los soldados del gran Rey ya sea por una soldada o por impuesta obligación de
vasallaje.
La
calma por tanto en todas las familias es
placentera y el recuerdo constante a los
ausentes obligado pues todas las
ocupaciones para buscarse el sustento de
cada día quedan en manos de los más
viejos, los niños y las mujeres. Los trabajos comunales en las propiedades de la
mezquita, que dan alimento a toda la comunidad ocupan la mayor parte del tiempo
y nuestro buen amigo Masud , el ciego,
tiene en la cría de los gusanos de la seda un complemento sustancioso a
la economía familiar. Falta hace, pues los tiempos son difíciles y las manos
para trabajar en los campos pocas.
Los
almendros, olivos e higueras pueblan el Este de la alquería por las faldas del Manar hasta llegar a las de Niguelas y Dúrcal bajando casi a la Laguna. Son tierras arenosas que no
retienen mucho la humedad pero estos árboles hacen muy buen uso de ella. Mientras tanto los frutales
y las moreras lo hacen junto a la acequia
de Al-Ancón con tierras más fértiles de regadío
y rodean por la Rambla buscando hacia el Oeste el antiguo
Camino de Motril y Almuñecar. Allá por las fuentes altas, en la ruta de Granada, entre grandes encinas, acebuches y
retamas se abren paso los campos de secano y verdean
de cereales cuando el tiempo y las circunstancias permiten su siembra.
Junto a la fuente al lado de la alquería, aprovechando el tesoro del agua, las
coles, las habas, los ajos y los
garbanzos, entre granados, membrillos y nogales, en un abanico de colores, dan
vida a las huertas. Los pastos de ribera de La Laguna alimentan el ganado, el poco ganado de la alquería así como
los animales de labranza. A las afueras, pero muy cerca, en la parte alta varias
eras donde trabajarán en las labores veraniegas cuando los cereales se secan.
Debajo de la fuente, junto a la acequia un pequeño molino solo y desvencijado
mueve y mueve las duelas, El paso del agua le da la fuerza y lo alimenta. En el
camino de Dílar, en otro molino, un borrico, perezoso y cansado, da vueltas y
vueltas.
No hay acequias en el interior de la alquería,
pero muy cerca de la mezquita en la
parte baja de la plaza, un aljibe que unas veces con agua de lluvia y otras el mismo Masud y su nieto se encargan
de rellenar para poder realizar las abluciones,
cubre las necesidades más básicas.
En el invierno al acumular más líquido lo utilizan como baño público
usando un pequeño habitáculo junto al aljibe que calientan con fuego, poniendo el agua en grandes calderas y posteriormente la sacan en
cazos para el aseo. Las hierbas aromáticas harán las veces de perfume. Su uso y distribución del tiempo es fácil,
las mujeres un día de la semana y los hombres en otro. No es un baño
como los de la gran ciudad de Granada con salas frías y calientes, masajistas y
reguladores del horno, pero a ellos les basta. En el verano es menos necesario ya que existen
algunas pequeñas albercas junto a las fuentes, remansando su agua, y se
utilizan llegado el caso para la higiene
y a la vez refrescarse, así también en ocasiones la propia Laguna.
No
es el agua el problema de la Alquería aunque alguna que otra vez la Rambla que
cruza por la parte baja haya inundado alguna de las fincas destruyéndolas, por la cantidad de piedras y
lodo que suele arrastrar en los días de tormenta. La limpian y la limpian, la encauzan, Masud recuerda que
cada varios años La Rambla les da la sorpresa. Para los riegos de las tierras el
agua es abundante y buena pues son varias las fuentes que a lo largo de las
faldas del Manar nacen y por las acequias y arriates se conduce a los bancales
y poder sembrar las huertas.
Hace
ya tiempo que los hijos de la alquería partieron a la guerra y es buena hora
para su vuelta, es primavera. Los fríos pasados del invierno, este año hasta
con un poco de nieve, han alimentado la desesperanza en un regreso tardío
e incompleto pues saben que siempre
hay alguien que queda en el
camino, que no vuelve, son días de alegría y tristeza, de reencuentros, de
lágrimas en los ojos, de grandes sentimientos.
Masud espera a su hijo, espera que vuelva, tiene a Rashid, más espera que vuelva,
pues siempre con él, entre todos, tienen que hilar la seda.
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