miércoles, 21 de noviembre de 2012

PADULHORACERO...El ciego y las hojas de morera. ( 2 )



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  A finales del siglo XIII se goza de una relativa paz y tranquilidad en todo el Valle de Lecrín . Los avatares de la guerra de Mohammed II, unas veces contra Castilla, otras ante Aragón y las más con los aliados y enemigos a la vez que correligionarios en la fe del propio reino y  del norte del Magreb deseosos de cruzar el estrecho, no llegan  a las alquerías del Valle, no obstante eso no impide que gran número de sus jóvenes formen  parte de los soldados del gran Rey ya sea  por una soldada o por impuesta obligación de vasallaje.

La calma por tanto en todas las familias  es placentera  y el recuerdo constante a los ausentes obligado pues  todas las ocupaciones  para buscarse el sustento de cada día quedan  en manos de los más viejos, los niños y las mujeres. Los trabajos comunales en las propiedades de la mezquita, que dan alimento a toda la comunidad ocupan la mayor parte del tiempo y nuestro buen amigo Masud , el ciego,  tiene en la cría de los gusanos de la seda un complemento sustancioso a la economía familiar. Falta hace, pues los tiempos son difíciles y las manos para trabajar en los campos pocas.

Los almendros, olivos e higueras pueblan el Este de la alquería  por  las faldas del Manar hasta llegar a las  de Niguelas y Dúrcal bajando casi  a la Laguna. Son tierras arenosas que no retienen mucho la humedad pero estos árboles hacen muy  buen uso de ella. Mientras tanto los frutales y las moreras lo hacen  junto a la acequia de Al-Ancón con tierras más fértiles de regadío  y rodean por   la Rambla buscando hacia el Oeste el antiguo Camino de Motril y Almuñecar. Allá por las fuentes altas, en la ruta  de Granada, entre grandes encinas, acebuches y retamas se abren paso los campos de secano y  verdean  de cereales cuando el tiempo y las circunstancias permiten su siembra. Junto a la fuente al lado de la alquería, aprovechando el tesoro del agua, las coles, las habas,  los ajos y los garbanzos, entre granados, membrillos y nogales, en un abanico de colores, dan vida  a las huertas. Los pastos de  ribera de La Laguna alimentan el ganado, el poco ganado de la alquería así como los animales de labranza. A las afueras, pero muy cerca, en la parte alta varias eras donde trabajarán en las labores veraniegas cuando los cereales se secan. Debajo de la fuente, junto a la acequia un pequeño molino solo y desvencijado mueve y mueve las duelas, El paso del agua le da la fuerza y lo alimenta. En el camino de Dílar, en otro molino, un borrico, perezoso y cansado, da vueltas y vueltas.

 No hay acequias en el interior de la alquería, pero  muy cerca de la mezquita en la parte baja de la plaza, un aljibe que unas veces con agua de lluvia y  otras el mismo Masud y su nieto se encargan de rellenar para poder realizar las abluciones,  cubre las necesidades más básicas.  En el invierno al acumular más líquido lo utilizan como baño público usando un pequeño habitáculo junto al aljibe que calientan con fuego,  poniendo el agua  en grandes calderas y posteriormente la  sacan en  cazos para el aseo. Las hierbas aromáticas harán las veces de perfume.  Su uso y distribución del tiempo  es fácil,  las mujeres un día de la semana y los hombres en otro. No es un baño como los de la gran  ciudad de Granada  con salas frías y calientes, masajistas y reguladores del horno, pero a ellos les basta.  En el verano es menos necesario ya que existen algunas pequeñas albercas junto a las fuentes, remansando su agua, y se utilizan llegado el caso  para la higiene y a la vez refrescarse, así también en ocasiones la propia Laguna.

No es el agua el problema de la Alquería aunque alguna que otra vez la Rambla que cruza por la parte baja haya inundado alguna de las fincas  destruyéndolas, por la cantidad de piedras y lodo que suele arrastrar en los días de tormenta. La limpian  y la limpian, la encauzan, Masud recuerda que cada varios años La Rambla les da la sorpresa. Para los riegos de las tierras el agua es abundante y buena pues son varias las fuentes que a lo largo de las faldas del Manar nacen y por las acequias y arriates se conduce a los bancales y poder sembrar  las huertas.

Hace ya tiempo que los hijos de la alquería partieron a la guerra y es buena hora para su vuelta, es primavera. Los fríos pasados del invierno, este año hasta con un poco de nieve, han alimentado la desesperanza en un regreso  tardío  e incompleto pues saben que siempre  hay alguien que  queda en el camino, que no vuelve, son días de alegría y tristeza, de reencuentros, de lágrimas en los ojos, de grandes sentimientos.  Masud espera a su hijo, espera que  vuelva, tiene a Rashid, más espera que vuelva,  pues siempre con él, entre todos,  tienen que hilar la seda.



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lunes, 19 de noviembre de 2012

PADULHORACERO... EL CIEGO Y LAS HOJAS DE MORERA


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Era Masud más mayor que viejo, a ratos encorvado  y a más ratos derecho, manos de hueso, callos de piel agrietada, jirones en los dedos, cuerpo flaco  con las costillas a la luz  si no fuera por los blusones anchos y aireados que usa de abrigo, normalmente mal comido,  siempre a trasmano pues no es cosa buena  en  éstos menesteres  dedicación y empeño, “no es comer oficio de personas si no de haraganes”, sólo lo justo, invariablemente  falto y regular dispuesto. Es por ello que su apariencia bien pudiera ser la de un ermitaño que habitara en el desierto entre las piedras de polvo y roca con barriga de pena perpetua más tampoco era ése su oficio ni para si lo quisiera aunque sea un buen musulmán y unas  veces bien, otras no tanto  observara los preceptos, no obstante los viernes acude a la mezquita con puntualidad pues hay cosas que no se deben tocar y la oración de los viernes lo era. 

   Con alrededor de cincuenta años  ya hace varios que es abuelo y su nieto Rashid  su compañía especial y  permanente   pues  aunque muchas veces cueste creerlo al verle moverse entre los árboles de la ribera, lo necesita en todo momento, Masud es ciego o casi, una telilla blanca hace tiempo que ocultó sus alegres ojos marrones dejándolos hoy vidriosos y apagados, según dice “están muy muertos”.

   El carácter se le tornó áspero y poco complaciente hasta consigo mismo, frugal para casi todo, en continua disputa con el mundo, discute por el tiempo, de los cultivos y las acequias, de las cosas de los hombres, nunca las de Dios, del gran rey que  fue Alhamar, “nuestro Señor Misericordioso guarde a su hijo muchos años”, de dineros y dineros pero no con su nieto, con él no hay discordias ,  es su mano derecha e izquierda, sus pies y su cabeza… sus ojos, y es que Rashid es un niño pequeño, moreno y travieso, avispado, en muchos casos diligente,  cariñoso y paciente con las diatribas de su abuelo.  

    No era lo mismo para el trabajo, artesano de la seda, cuida de los gusanos desde los huevos de la campaña  anterior hasta la eclosión de los capullos y la nueva puesta, los mima y los acaricia, les habla cual personajes  de un ejército  con miles de infantes para que no les falte de nada allá en el interior de la casa, al abrigo del calor extremo y del rigor del invierno donde la luz de las rendijas la ilumina por dentro y es que en el fondo, aprovechando las alturas del terreno, entre las pedrizas, tiene Masud su cueva, llena de cachivaches, cajas de madera, artilugios para tratar la seda desde que  son capullos a su hilado y posterior venta entre los nobles de Granada, del Albaicín, los mercaderes de la Alcaicería, los jóvenes príncipes de la Alhambra. 

    Aún allí, en las profundidades lejos de luz, donde se mueve como pez en el agua procura estar con su nieto, él será el guardián de la seda, de sus secretos, de su cuidado y mantenimiento, además hoy es el gran día y no puede faltar, salen a la luz los primeros gusanos de los huevos del invierno y antes que ocurra abuelo y nieto bajan cerca del manantial, a los morales, donde Masud entre las ramas escoge hoja por hoja, hojas de morera de las más verdes, de las más tiernas de todas las que Rashid le acerca. El le indica los árboles, los palpa, los huele, ésta rama no, coge ésta, los conoce de todos los días, de otros años de siempre, Rashid tiene mucho que preguntar, mucho que aprender y él Masud, el artesano de la seda, se lo va a enseñar poco a poco, como las gotas de rocío que limpia de las hojas  para dejarlas completamente secas y es que para todo Masud es parco, muy parco y las gotas de sabiduría del gran abuelo ciego irán calando en Rashid, el amado nieto, el alma de sus ojos, el gran amigo pequeño.

  Ya  quisiera detener el tiempo, saborear la paz con los cristianos, ver con sus ojos blancos crecer a su nieto, que cuide de la seda, que aprenda los secretos, los que guarda en su cabeza, los de la cueva, todos serán para su nieto pero hoy es el día de coger hojas de morera, las primeras hojas, las más tiernas.