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Nunca he subido al Caballo. Rodeado en mil batallas desde
Dílar a Capileira, unas veces más cerca,
otras más lejos, nunca he subido al Caballo. Y te he visto de todas formas y
colores a lo largo del tiempo: blanco de nieve y nubes, gris de mediodía de verano,
rojo de una tarde vestido en rayos de sol, claroscuro de amanecer al trasluz en
primavera y oculto a veces tras la niebla de La Laguna. Y te he visto desde
todo El Valle, de La Silleta a Las Albuñuelas, de Ermita Vieja a Cónchar, desde
El Valcaire a Dúrcal, de Los Molinos y
Cozvíjar a Acequias y Nigüelas. Eres siempre la imagen de fondo, de un fondo
unas veces blanco, o rojo, o gris, siempre alto, muy alto, con veredas
tortuosas, retorcidas e inalcanzables, con la falla y las casitas blancas de
Nigüelas ejerciendo de banco y sotobanco en un retablo de colores coronado las
más de nieve y gris con blanco de niebla y agua.
Nunca he subido al Caballo. Pero tú siempre presente a lo largo
de todo El Valle, su estandarte, bandera de alta torre barbacana de la Sierra, siempre en lo más alto…siempre, sobre La
Laguna del Padul y el río de Dúrcal, sobre el Torrente y las casas de Mondújar
y Lecrín, y las de Chite, Restábal y Melegís. Siempre en lo más alto, zarandeado
por todos los vientos que te sacuden y sacuden por todos lados, que te cambian
el rostro, te limitan la mirada, siempre hacia El Valle, a tu Valle que bajo tu
sombra de mañana se despereza al olor de los naranjos, al olor de naranjos, jazmines
y flores frescas, flores de arriates y acequias, de bancales sostenidos de
piedra, de años y años de trabajo duro en la tierra.
Me cuentan aquellos que han subido lo bonito y reconfortante
al conseguirlo, lo impresionante cuando te sientas y tras unos sorbos de agua
admiras sus vistas, el fresco al pasar
una noche de verano allí arriba, la enorme satisfacción cuando tocas su
cima. No todo está escrito en ésta página, no…y puede que algún día más cerca
que lejos también yo, puede que así sea, también yo acabe subiendo al Caballo y
sortee tus recovecos y veredas, cruce tus barrancos, beba el agua en tus
manantiales, sude por tus cuestas, toque tu cima, tu cima blanca de niebla y
nieve y mire al Valle, a nuestro Valle de naranjos y limones, de miel y de
cerezas, de lagunas y ríos de agua. Debe ser bonito…sí…debe ser bonito poder
ver el mar, todo el mar, el azul del final del Guadalfeo y el verde del Valle, de
todo El Valle.
En el ocre de La Laguna, entre carrizos y aneas, vi tu
reflejo en el agua y la tarde tornó rojiza como tu regazo de nieve, rojiza y de
espaldas al sol de la tarde, tiempo es tiempo, el tiempo del reflejo, escaso y
pobre que se lleva el viento.
Hoy te sigo viendo al fondo, inalcanzable, lejano, como
dormido y te veo al olor de una taza de café caliente en ésta mañana de
invierno fresca, primero tu silueta,
después blanca entre lagañas de niebla con la leña de olivo y encina
consumiéndose en la chimenea, te sigo viendo lejos, en ésta mañana fría estás
muy lejos… muy alto pero te sigo viendo.
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