domingo, 16 de marzo de 2014

El Caballo









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Nunca he subido al Caballo. Rodeado en mil batallas desde Dílar a Capileira,  unas veces más cerca, otras más lejos, nunca he subido al Caballo. Y te he visto de todas formas y colores a lo largo del tiempo: blanco de nieve y nubes, gris de mediodía de verano, rojo de una tarde vestido en rayos de sol, claroscuro de amanecer al trasluz en primavera y oculto a veces tras la niebla de La Laguna. Y te he visto desde todo El Valle, de La Silleta a Las Albuñuelas, de Ermita Vieja a Cónchar, desde El Valcaire a Dúrcal, de Los Molinos  y Cozvíjar a Acequias y Nigüelas. Eres siempre la imagen de fondo, de un fondo unas veces blanco, o rojo, o gris, siempre alto, muy alto, con veredas tortuosas, retorcidas e inalcanzables, con la falla y las casitas blancas de Nigüelas ejerciendo de banco y sotobanco en un retablo de colores coronado las más de nieve y gris con blanco de niebla y agua.

Nunca he subido al Caballo. Pero tú siempre presente a lo largo de todo El Valle, su estandarte, bandera de alta torre barbacana de la Sierra,  siempre en lo más alto…siempre, sobre La Laguna del Padul y el río de Dúrcal, sobre el Torrente y las casas de Mondújar y Lecrín, y las de Chite, Restábal y Melegís. Siempre en lo más alto, zarandeado por todos los vientos que te sacuden y sacuden por todos lados, que te cambian el rostro, te limitan la mirada, siempre hacia El Valle, a tu Valle que bajo tu sombra de mañana se despereza al olor de los naranjos, al olor de naranjos, jazmines y flores frescas, flores de arriates y acequias, de bancales sostenidos de piedra, de años y años de trabajo duro en la tierra.

Me cuentan aquellos que han subido lo bonito y reconfortante al conseguirlo, lo impresionante cuando te sientas y tras unos sorbos de agua admiras sus vistas, el fresco al pasar  una noche de verano allí arriba, la enorme satisfacción cuando tocas su cima. No todo está escrito en ésta página, no…y puede que algún día más cerca que lejos también yo, puede que así sea, también yo acabe subiendo al Caballo y sortee tus recovecos y veredas, cruce tus barrancos, beba el agua en tus manantiales, sude por tus cuestas, toque tu cima, tu cima blanca de niebla y nieve y mire al Valle, a nuestro Valle de naranjos y limones, de miel y de cerezas, de lagunas y ríos de agua. Debe ser bonito…sí…debe ser bonito poder ver el mar, todo el mar, el azul del final del Guadalfeo y el verde del Valle, de todo El Valle.

En el ocre de La Laguna, entre carrizos y aneas, vi tu reflejo en el agua y la tarde tornó rojiza como tu regazo de nieve, rojiza y de espaldas al sol de la tarde, tiempo es tiempo, el tiempo del reflejo, escaso y pobre que se lleva el viento.

Hoy te sigo viendo al fondo, inalcanzable, lejano, como dormido y te veo al olor de una taza de café caliente en ésta mañana de invierno fresca, primero tu  silueta, después blanca entre lagañas de niebla con la leña de olivo y encina consumiéndose en la chimenea, te sigo viendo lejos, en ésta mañana fría estás muy lejos… muy alto pero te sigo viendo.









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